La violencia que viven las mujeres a lo largo de su vida proviene esencialmente de pautas culturales que determinan los modos de vida, así como de la desigualdad en prácticas cotidianas concretas. Reproducirlas tiene como resultado desequilibrio e inequidad entre sexos, en la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo y en la vulneración de sus derechos humanos.
El problema no es nuevo. Estudios históricos registran en los siglos XVIII y XIX hechos de violencia física de los hombres contra sus esposas como “corrección punitiva” aceptable en caso de no cumplir con los mandatos sociales. Las actitudes, conductas, prácticas y creencias destinadas a promover la superioridad del hombre sobre la mujer, hasta hace poco eran socialmente aceptadas, y, por encontrarse en el ámbito de la vida privada, eran poco conocidas.